21 enero, 2015

El diablo dijo no

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 El protagonista de ‘El diablo dijo no’ es un tipo interesado únicamente en disfrutar de la vida, no tiene objetivos nobles ni grandes ambiciones. Los gerifaltes de la Fox preguntaron a Ernst Lubitsch para qué quería hacer una película con un mensaje ético tan raquítico y éste contestó que si al público le gustaba sería razón suficiente. Adivinen quién tuvo razón.

 Don Ameche se presenta en la antesala del infierno (diseñada por un admirador loco de la Bauhaus) con la intención de ocupar amablemente su sitio, el que le corresponde, se supone, tras malgastar su vida de forma licenciosa. Allí le espera Su Excelencia (no sabemos si se trata del propio Satán o de un asesor de confianza que actúa como interprete autorizado), que le informa de que un pasaporte ‘Abajo’ no se expide tan fácilmente. Antes hay que hacer un repaso de sus fechorías para ver si cumple los requisitos. Por lo visto, en el averno son muy selectivos. El candidato expone su solicitud haciendo un repaso en flashback de toda su vida, que es realmente la de sus mujeres, en especial una: Gene Tierney.

 Un Lubitsch al cabo de la calle – esta sería su última obra maestra– se concentra en extraer emoción del paso del tiempo y, de propina, desbroza con humor el territorio de esos matrimonios que pelean, gritan o discuten con sorna de tanto saberse el uno al otro. Sus refriegas conyugales siempre delatan un amor subterráneo sugerido y nunca mostrado. Hacia el final de su carrera, a Lubitsch le sucedió lo que a otros directores como Ford o Wilder: eran maestros de una manera de contar que los nuevos tiempos ya no demandaban. Fue el cine quien los abandonó temprano. La finura con que maneja el malentendido, cómo destroza las convenciones sociales y su manera de poner en jaque a gente encopetada y de mucho melindre, gracias a sus impostores insoportablemente graciosos, son marcas de un estilo ligero, chispeante y malicioso que se marchó con él, porque el cine de alta costura de Lubitsch es, por desgracia para nosotros, inimitable. No importa que sus comedias se sitúen en contextos anticuados y países imaginarios, sus películas están más allá de calendarios. La picaresca, los dobles sentidos y su elegancia al desabrochar suavemente el corsé de las apariencias no pasan de moda. ¿Acaso envejece la inteligencia al servicio de la sonrisa?


                                                                                         (Publicado en La Voz de Galicia)

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