04 noviembre, 2014

'M' El vampiro de Düsseldorf

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 Fritz Lang es un explorador implacable de los sótanos y las alcantarillas de la condición humana. En su cine la inocencia suele ser la primera en morir: solo hay sitio para víctimas y verdugos. Cualquiera que vea ‘M. El vampiro de Düsseldorf’ puede pensar que se encuentra ante una muestra primitiva de ese género, ahora tan popular, que trata sobre los asesinos en serie. Y está en lo cierto. Sin embargo, esa es solo la cáscara. Lo que realmente interesa a Lang es retratar la sociedad a través de los pliegues oscuros de las personas, un túnel subterráneo que recorre toda su filmografía y para lo que posee una facilidad y una precisión inauditas.

 Un asesino de niñas tiene aterrorizada a la población alemana. El hecho de que cualquiera pueda ser el criminal instala la paranoia y convierte en soplón o espía a cualquier vecino. El clima de crispación dibuja una sociedad temerosa, amenazada, rodeada de una violencia latente y más falsa que una certeza. La alusión al ascenso del nazismo en la República de Weimar es clara: el hambre, la miseria, el miedo y el populismo crecen ante la crisis económica que sufre el país. Esta alarma social ejerce una gran presión sobre dos grupos de personas: la policía, obligada a responder a esa histeria colectiva ante los políticos, y las redes de maleantes, cuyas actividades e ingresos están cayendo debido al atosigamiento de la policía. O sea, el problema, igual que hoy, es en realidad la economía. A eso se reduce todo. Nunca hubo asesino tan múltiple: mata a las niñas y a la economía.

 El lumpen de la ciudad, que ve peligrar sus puestos de trabajo, decide organizarse y atrapar por su cuenta al criminal, que, ahora sí, es cazado como una rata. El montaje en paralelo que hace Lang entre las reuniones organizativas de la policía y el hampa es tan moderno, irónico y refrescante que causa asombro. La conclusión que se extrae de esta secuencia es evidente: ambos colectivos son idénticos. Algo como lo que ocurre a menudo en el palco VIP del Bernabeu, donde la acumulación de talentos es tan enorme que uno llega a confundir el gremio al que pertenece cada cual.


                                                                                           (Publicado en La Voz de Galicia)

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