23 agosto, 2013

Los amigos de Peter

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 Peter y su grupo de amigos montan un número musical para animar la cena de fin de año de 1982 en la casa de su padre, un gran terrateniente británico. Acaban de graduarse y después de hacer una de esas fotos que congelan el acontecimiento para siempre se disponen con entusiasmo a rejonear su futuro. Pasa una década. Mandela sale de la cárcel, Imelda Marcos compra zapatos y 'Los versos satánicos' están en la mesilla de noche del ayatolá Jomeini. Juan Pablo II besa el suelo que pisa, Margaret Thatcher optimiza su aniquilación de lo colectivo y el muro de Berlín se convierte en escombros. Todo lo anterior se resume en los cinco minutos iniciales de la película, con un salto en el tiempo y una canción que arrastra a los personajes hasta su presente. Diez años después y con una posición acomodada, todos se reúnen de nuevo en la mansión señorial de Peter con la excusa de celebrar el fin de año. Mirar hacia atrás y hacer balance resulta inevitable. La puesta al día es como una auditoría de fracasos con el tiempo como juez poco piadoso. Entre diálogos lúcidos y pequeños ajustes de cuentas, hacen un recuento divertido de las pequeñas miserias, el tiempo malgastado, los autoengaños, las neuras y los ataques de expectativas. Es lo que tiene el futuro al convertirse en pasado.

 'Los amigos de Peter' es una comedia protagonizada por adultos de parvulario. Un relato sobre la imposibilidad de madurar. Todos se han hecho mayores pero no han crecido. «Los adultos son solo niños con dinero», dice uno de ellos. Puede que esa sea la desgracia de algunos ricos: no necesitan nada. Por eso procuran tener a mano uno o varios conflictos existenciales. Nada como una reunión de viejos amigos para descubrir que los reencuentros son, en realidad, desencuentros. Con una combinación estupenda de humor y sarcasmo, de optimismo y amargura, la película es un alegato a favor del 'carpe diem'. «Juega con el tractor que le costó 40 libras a papá y no con la caja en la que vino», le dice uno de los protagonistas a su hijo pequeño. Algo parecido hacemos casi todos con nuestra vida: en lugar de aprovechar el regalo, jugamos con la caja.


                                                                                                                                (Publicado en La Voz de Galicia)

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