15 agosto, 2013

El amor llamó dos veces

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 Hay pequeños detalles que marcan un antes y un después. La Segunda Guerra Mundial fue uno de esos detalles. Durante los años treinta la comedia americana vivió una época de esplendor que llegó hasta 1942. Luego todo cambió. La gente ya no estaba de humor. Perdió la afición al disparate. Directores como Lubitsch o Preston Sturges, que se dedicaban casi en exclusiva a la comedia, de pronto ya no estaban en la misma sintonía que su público. Su tiempo fue desapareciendo. Con la pujanza del cine negro, el drama y el western, la comedia pasó de género mayor aun estatus de aparición esporádica.

 ‘El amor llamó dos veces’ es una de estas comedias fuera de temporada con un telón de fondo insólito. En plena guerra mundial hay escasez de hombres en edad de merecer: todos están en el frente. Cuando pasa un joven bien parecido por la calle, las chicas le silban. Toda la ciudad está abarrotada y se hace difícil encontrar un lugar donde dormir en Washington. Una Jean Arthur sobrada de desparpajo decide alquilar la mitad de su pisito para aliviar la escasez de vivienda (desde luego, una forma muy particular de entender el patriotismo) y termina viviendo, a su pesar, con Charles Coburn, un anciano impredecible capaz de convertir la travesura en una de las bellas artes y que hace avanzar la película de complicación en complicación. Coburn subalquila la mitad de su mitad del piso a un joven apuesto que va por el mundo cargando una hélice de dos metros de altura y al que no para de repetirle que en la ciudad solo hay un varón por cada ocho mujeres. Transforma la película en un manual de instrucciones en caso de racionamiento de hombres.

 Con unos diálogos cargados de retranca y unos gags inolvidables heredados de la época en que rodaba las películas del Gordo y el Flaco, George Stevens repasa las claves de toda comedia. Sabe que enseñar una pierna es mejor que enseñar un brazo, que un dormitorio siempre es mejor que un salón, que un beso supera todo lo anterior y que una caída tonta es mejor que cualquier otra cosa.


                                                                                                                                (Publicado en La Voz de Galicia)

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