17 marzo, 2013

Blueberry Hill



 El fragmento que aplasta estas líneas pertenece a la serie “Treme”, famosa por sus cameos. A lo largo de los episodios aparecen músicos como Elvis Costello, Allen Toussaint, Trombone Shorty o Kermitt Ruffins interpretándose a sí mismos.

 ¿Qué ocurre en ese trozo de vídeo? Un fulano llamado DJ Davis (uno de los personajes de la serie que se pasa la vida levantando proyectos que harían historia en los anales del ridículo) intenta venderle una insensatez a una leyenda del jazz. Se propone convencerlo para cantar en una opera. Al entrar en la casa del músico vemos a Fats Domino con sus 85 años, afable, sentado en un trozo de coche que oficia de sofá.

 Ni siquiera le hace falta decir “no”. Simplemente se pone a cantar “Blueberry Hill”, uno de sus temas más famosos, y todos entienden. Es uno de esos tipos que se definen al actuar: son lo que hacen. Saben cual es su territorio. Fats Domino ya está al otro lado del viento, tiene el peso de la sencillez. Uno se da cuenta al verlo asentir levemente con la cabeza.

 En el vídeo hay otra historia. La de un profesor de música que descubre con resignación que una de sus alumnas de doce años apenas sabe leer y escribir. Esta pequeña escena no está intercalada en la secuencia de Fats Domino solo por azar. Su significado reside en su orden en el montaje, está colocada en su sitio con intención. La secuencia, con ese añadido, y lejos de quedarse en el mero homenaje, habla de un pasado de músicos que tocaban para sobrevivir y de un presente de músicos vendedores de humo en mercado mayorista. Contiene la definición de garito y la definición de industria sin hacer mención de nada.

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