22 enero, 2012

Holding out for a Hero



 Hoy traigo una canción de los años ochenta, aquellos tiempos donde los artistas tenían la extraña manía de ponerse a cantar en la punta de un acantilado mientras un helicóptero con una cámara volaba a su alrededor. Le cantaban a la eternidad, al planeta Tierra en general.
En el tema de este domingo tenemos a Bonnie Tyler saliendo de una cabaña en llamas y acosada por una especie de jinetes muy malvados con unos látigos luminosos. Sólo la apoya un grupo de mujeres etéreas que forman algo así como un coro de vestales, mientras ella se arrodilla (con cuidado, eso sí) y exclama: "I need a hero".

 Que nadie lo dude, Bonnie Tyler le dedica esta canción a Francesco Schettino, ese capitán de crucero de jeta chulesca y con pinta de creerse rematadamente guapo que se ha convertido por derecho propio en el protagonista del sainete de la semana: el accidente ridículo del "Costa Concordia", un barco al que se le ha hundido la mitad.
Hace un año y medio, escribí un post llamado "El vertido divertido" que hablaba del hundimiento de la plataforma petrolífera de British Petroleum. Ese texto planteaba, de forma absurda, la conveniencia de contratar a un guionista cuando se produzca alguna catástrofe, de forma que pueda adelantarnos hacia donde va a derivar el asunto. El hundimiento a medias de este barco es otro ejemplo de lo anterior. En este caso en concreto, el cúmulo de despropósitos es tal que ni siquiera el guionista de "Aterriza como puedas" daría la talla.

 Según los medios de comunicación, la cosa fue algo parecido a esto: Uno de esos trasatlánticos que se asemejan a centros comerciales de la diversión y con diecisiete pisos de altura se acerca a 150 metros de la costa para saludar a una isla. Saludar islas es habitual, dicen. El barco encalla con un ruido que no augura nada bueno, mientras los pasajeros cenan y sufren el impacto. Ante el pánico general y con el crucero escorándose, le comunican al pasaje que hay un fallo eléctrico y les dicen que vuelvan a sus camarotes (con el barco hundiéndose). Después de hora y media en la que no evacuan a nadie, a oscuras en la cubierta de desembarque, el caos se apodera de todo y la gente se abalanza sobre los botes salvavidas. Algunos se tiran directamente al agua, hay muchos heridos con extremidades rotas por esto. Muchos pasajeros ni siquiera sabían que estaban a tiro de piedra de la costa, nadie les había informado. Es asombroso escuchar a testigos que afirman que la tripulación no sabía manejar el mecanismo de bajada de los botes salvavidas, tuvieron que soltarlos a machetazos. Una vez en los botes, no sabían como hacer que fuesen hacia delante o hacia atrás.

 Mientras tanto, el capitán había abandonado el barco dejando a todo el mundo tirado. Más tarde, alegó que se había caído en un bote que iba hacia la costa. Le rescataron sin querer, vamos. La conversación entre el comandante de tierra y este elemento será largamente recordada. Mientras le gritaba que debía volver a bordo y coordinar el rescate, Franchesco Schettino cogió un taxi y se fue a un hotel. Ahora llega mi parte preferida, sea cierta o no. Según el taxista, al salir del vehículo, el capitán le preguntó donde podía comprar unos calcetines. Se había mojado las canillas en el trasiego.

 Al día siguiente apareció otro elemento perturbador: una moldava rubia y salerosa, en declaraciones a la televisión de su país, afirmaba que ella estaba en el puente de mando y fue testigo de la heroicidad de nuestro capitán de tobillo mojado salvando vidas a diestro y siniestro. Al parecer, la moldava (que dice ser traductora) no sale en la lista de pasajeros ni en la de la tripulación y la policía italiana está deseando preguntarle qué hacía en el puente de mando. Ante un vodevil de estas características, el imaginario colectivo ya la ve escondida cual becaria en despacho oval de un capitán muy parecido en ínfula, horterez y bronceado a Berlusconi (recordemos que Silvio comenzó su vida laboral como animador de cruceros).

 Muchos han querido ver en todo este lío un paralelismo con una Italia desastrosa a la que identifican con ese barco escorado y a la deriva. Yo creo que el escapismo es un problema universal. Si analizamos el comportamiento de ese capitán (que se ha convertido en el villano cobarde e inepto que todo guión necesita) veremos que no es tan asombroso, es muy parecido al de tantos otros que ocupan puestos de responsabilidad en cualquier ámbito, más o menos importante, de la vida. En esta época, el arte de la política consiste en evadirse de los verdaderos problemas. Negar la evidencia, rodearla, minimizarla, hacer ver que no existe, esquivarla. Huir.

 Vivimos dirigidos por gente que continuamente esquiva su responsabilidad intentando que no se note mucho para, a continuación, pregonar su grado de compromiso con la sociedad. El escapismo se considera una táctica en muchos sitios. Uno puede afirmar categóricamente que no va a subir los impuestos, hacerlo tres semanas después y echarle la culpa a otros, despejar a corner. Con esas reglas del juego, no contestar nunca una pregunta no significa escapar, para eso tienes un coro de acólitos que repetirán hasta la saciedad que es una estrategia brillantísima. El escaqueo es una estrategia que lo impregna todo. Mourinho puede meterle el dedo en el ojo al segundo entrenador del Barcelona delante de todas las cámaras del planeta para, acto seguido, en la rueda de prensa afirmar que no lo ha hecho. ¿Donde están los responsables de la caída de Lehman Brothers?¿Hay alguno en la cárcel? Todos han escapado, muchos con bonus multimillonarios. Muchos de los problemas que nos acucian ahora mismo parecen no tener solución porque "no ha sido nadie". Nunca hay responsables, nunca hay castigo, la impunidad, con pompones de cheerleader, sigue animando a los tiburones.
Un niño está en una habitación vacía pintando las paredes, entra la madre y dice: ¿Quién ha hecho esto?. El niño responde: "Yo no he sido".

 Puede que tenga razón Bonnie Tyler y necesitemos un héroe. Claro que, hoy en día, cualquiera que cumpla lo que se espera de él, ya casi es considerado un héroe, lo cual es un indicativo de la devaluación progresiva del oficio de superhéroe.

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