Una breve y bella historia. El hombre que plantaba árboles. Jean Giono. Al caminar por las páginas de esta singular fábula ecologista, es sencillo darse cuenta de que Jean Giono debió de ser un tipo pacifista y preocupado por la naturaleza en una época donde esto último todavía no estaba de moda.
El libro cuenta la hazaña de un hombre al que se le da por construir en lugar de destruir. Su nombre es Elzéard Bouffier y no toma la palabra a lo largo de todo el relato, no dice nada, sólo hace. Conocemos la historia a través de los ojos de un narrador que, al igual que el lector, va comprendiendo, poco a poco, lo que es una proeza anónima, la proeza de alguien que no busca ninguna recompensa, ni tan siquiera el reconocimiento a su labor.
Muy de vez en cuando, aparecen figuras de linaje extraordinario que marcan un antes y un después en la evolución y el comportamiento de los seres humanos. Todos ellos han hecho avanzar el mundo, han impulsado a la humanidad. Todos los “grandes hombres” de su tiempo que se enfrentaban a “grandes empresas” poseían –salvo raras excepciones- el afán oculto, o no tan oculto, de trascender, de alcanzar la inmortalidad. El paso previo para alcanzar esa gloria imperecedera y aparecer en los libros de historia es que la humanidad se entere de tus hazañas, es decir, necesitas promocionarte.
Pero Elzéard Bouffier va más allá, no necesita que se reconozca su trabajo, tampoco busca el agradecimiento de nadie. Es uno de esos hombres que, lamentablemente, nacen con muy poca frecuencia y que posee un don extraordinario: su total y absoluta indiferencia hacia la publicidad de sí mismo, hacia cualquier tipo de notoriedad.
Muchos grandes avances que hoy disfrutamos, casi sin apreciarlos, tienen como origen un número pequeño de mentes geniales, curiosas, a menudo sacrificadas, y, en muchas ocasiones, “diferentes”. Mentes que, en contadas ocasiones, consiguen dar un buen impulso a nuestro avance como civilización. Este tipo de gente, tan rara hoy, debe ser cuidada como un regalo valioso, como un tesoro.
¿Cuántos de esos genios anónimos nunca buscaron reconocimiento ni se dieron a conocer? ¿Cuántas páginas de la historia habrán quedado sin escribir? ¿Cuántos desconocidos habrán hecho avanzar la humanidad sin que sus conquistas lleguen hasta nuestros oídos?
Elzéard Bouffier planta árboles. Y lo hace en silencio, como un ratón de iglesia. Su lección nos dice que es así como se hacen las cosas que verdaderamente importan, paso a paso, poco a poco, en silencio, sin llamar la atención.
Sólo dejó un rastro, una huella visible: los árboles.
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