01 febrero, 2017

El esplendor de los Amberson

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 Orson Welles rueda 'El esplendor de los Amberson' mientras los japoneses bombardean Pearl Harbor. 'Ciudadano Kane' ha causado un gran impacto en Sudamérica y Roosevelt, con Nelson Rockefeller como intermediario, encarga a Welles el rodaje de una película en Brasil con la pretensión de mejorar las relaciones comerciales con sus vecinos. Tiempos de guerra, materias primas y un cineasta ejerciendo de embajador estrafalario: minucias de la política internacional. Welles, por tanto, hace las maletas y se marcha antes de estrenar 'El esplendor de los Amberson'. Para entonces ya había perdido parte de los privilegios con los que aterrizó en Hollywood. Tras incumplir las expectativas económicas con su famoso debut, la RKO le retirará el derecho al montaje final si el pase previo con público de su nueva obra no funciona bien, como de hecho ocurre. La proyección es un desastre y el estudio se hace cargo del montaje. Cuarenta y tres minutos desaparecen. Cuentan que David O. Selznick, al ver la película original, queda tan impresionado que recomienda guardar una copia íntegra en el archivo antes de semejante amputación. Los mercaderes no hacen caso y el metraje cortado es destruido.

 A veces, cuando nos acercamos a un monumento antiguo, en ocasiones apenas un vestigio, solo podemos reconstruir la magnificencia de su pasado con nuestra imaginación. Lo mismo ocurre con 'El esplendor de los Amberson': son las ruinas de un prodigio. Su tercio final ha sido masacrado de tal forma que hay cosas que ni siquiera se entienden, y aun así la película resiste. Se sitúa por encima de las brusquedades y los destrozos gracias a secuencias y hallazgos que figuran entre lo mejor de Welles. La escena del baile, por ejemplo, con todos esos travellings y esa coreografía que nos presenta a los personajes con una cadencia y una fluidez narrativa sobrenaturales, causa asombro. A través de la historia de amor entre Dolores Costello y Joseph Cotten, arruinada por las convenciones sociales y los brotes de arrogancia victoriana, Welles narra el auge y la caída de una gran familia. Su talento a la hora de transformar en imágenes prendidas de nostalgia el paso del tiempo y el desarrollo industrial de un país a finales del siglo XIX, con asuntos que cambiarán la velocidad del mundo como el nacimiento del automóvil, es simplemente formidable. Desde el inicio de la película, la evocadora voz en off de Welles nos avisa: cuanto más rápido viajamos menos tiempo tenemos para todo. No hay que descartar que en eso consista el progreso.

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