22 abril, 2015

Memories of murder

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 ‘Memories of murder’ abre con la siguiente frase: «Basada en la historia real de una investigación criminal no resuelta en la época de la dictadura militar». A continuación, vemos a un policía que llega a la escena de un crimen, sentado en el remolque de un tractor. Estamos a finales de los ochenta en un lejano pueblo del interior de Corea del Sur donde han aparecido mujeres muertas entre los cañaverales.

 El gobierno envía a un detective especial desde Seúl para colaborar con un agente local y atrapar al asesino en serie, aunque, como anuncia el rótulo inicial, fracasan. El desenlace es revelado desde el principio, porque al director de la película le interesa más mostrar la realidad social y la asfixia de la dictadura que resolver el caso. El relato se centra, por tanto, en la descripción del ‘procedimiento’, que incluye pruebas falsas que incriminan a inocentes, palizas, torturas en los interrogatorios y asuntos de índole parecida que tanto entusiasman a los regímenes totalitarios. El siniestro sentido del humor con el que Bong Joon-Ho retrata una sociedad de casas con interiores desangelados, coches que se averían continuamente, lluvia obsesiva y ciudadanos indefensos ante los abusos de poder, roza el absurdo. Y precisamente, del atinado balanceo entre la sordidez dramática de los asesinatos múltiples y la bufonada pazguata, surge la musculatura de la película. Ese equilibrio tan complicado es su gran acierto.

 Pocas cosas se oxidan tan rápido como una obra de arte que pretende denunciar un sistema político y además se toma en serio a sí misma. Por eso la crítica feroz respira mejor a través de la risa. Ahí están para demostrarlo ‘El gran dictador’ y ‘Ser o no ser’, esas dos navajas suizas que despellejaron la soberbia y la bisutería del nazismo sumando carcajadas. Nadie explica mejor la capacidad destructora del humor que aquel figurante disfrazado de Hitler en la película de Lubitsch al que el director de la obra de teatro le reprocha su escaso parecido con el dictador: «¡Mire el retrato del Führer! ¡No se parece en nada! ¡Parece usted un hombrecillo con bigote!» A lo que el actor, con la humildad de una sentencia sumaria dictada en voz baja, replica: «Hitler es un hombrecillo con bigote».


                                                                                  (Publicado en La Voz de Galicia)

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