The Zombies.
Observar la puerta de un colegio de pago, la entrada de misa o a un político delante de un micrófono abierto garantiza el aprendizaje sin necesidad de beca. Son lugares que multiplican el desarrollo cognitivo de cualquier observador. La barra de un bar es otro de esos territorios, quizá el definitivo. Ahí se aprenden cosas capitales sin que nadie te pida un 6,5. Ayer, mientras un camarero me ignoraba con esa displicencia de ‘sé que estás ahí pero pienso mirarte cuando yo quiera’, fui testigo de uno de esos asuntos que importan poco, como mucho nada. Un tipo pidió un gin tonic en abstracto, así, sin más detalle. El camarero, en un alarde que podría calificarse de arrebato 'vintage', puso encima de la barra una botella de Larios. «¡No, no, no!», dijo el fulano por triplicado. «Pon una ginebra de esas modernas que nadie conocía hasta hace dos días», sentenció. Ver la botella ayuda mucho, sobre todo cuando uno desea más una tendencia que un gin tonic. Este tipo de usuarios suelen empezar a beber antes de acercar el trago a la boca. El después, ya es decadencia. A veces ocurre que se sacian sin consumar de tan concentrados que están en el pre-disfrute, el cual se acerca peligrosamente al no-disfrute. Me recordó a esa escena de ‘El sueño eterno’ en la que el general Sternwood, en su invernadero de crisálida, observaba cómo vaciaba las copas Philip Marlowe mientras su lengua humedecía los labios. Bebía por delegación. Disfrutaba del prolegómeno.
El primer día de verano, uno descubre con asombro que los adelantados ya disfrutan de pre-moreno. Aguardar a que el sol haga su trabajo después de varias jornadas playeras o a lo largo del verano es propio de mediocres. Como leer un periódico con tres días de retraso o comer pan reseco. La gloria reside en que el primer día de playa estés negro como si le hubieses robado el sol a la humanidad durante todo el año. He usado el calificativo de ‘adelantados’ pero a riesgo de ahorcarme con un ataque de precisión quizá debería decir ‘apurados’.
Llevo tantas semanas escuchando a los que lloran el retraso del verano con amargura que he estado a punto de enviar una instancia oficial para que el verano comience en enero. Hasta lo de Bárcenas me parece de una insistencia liviana y llevadera. La figura del explorador que oteaba el horizonte por si había rastro de indios se ha transmutado en tipos que miran al infinito por si atisban un día nublado y corren a avisar a los demás para poder quejarse a gusto. Todos estos ansiosos que ven al bronceador como una prórroga que retrasa el moreno fetén deben mudarse a California, allí han eliminado las otras estaciones. Y lo mejor: después pueden quejarse de que no llueve nunca.
Viendo los párrafos anteriores, creo que es el momento de reírse de mi idea inicial: escribir un post con menos palabras que un comunicado del Partido Popular.
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