18 junio, 2013

Bienvenido, Mister Marshall

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 Uno puede contar con que ‘Bienvenido, Mister Marshall’ volverá una y otra vez. No tiene fecha de caducidad. Al menor descuido, se convierte en referente incómodo de la actualidad. Como a veces ocurre con las obras maestras, se ha anticipado tanto a su tiempo que ahora está más allá de él. Su inmortalidad nace del desparpajo con el que ríe y despelleja el mundo de las apariencias. Ante todo, ‘Bienvenido, Mister Marshall’ es una apología del camuflaje. La elocuencia de Pepe Isbert, alcalde de amígdala fracturada, y el tronío de Manolo Morán como asesor de confianza, convierten Villar del Río en una aldea falsa para recibir la visita de los americanos. Decoran su pequeño pueblo castellano como si fuese la serranía de Ronda, con toros, salero y mujeres vestidas de folklóricas. «Lo andaluz. Eso es lo que los americanos conocen de nosotros», dicen.

 Hace unos días, la prensa británica se hacía eco de un extraño caso de maquillaje ambiental. Una situación en la que el nivel de estupidez alcanza cotas tan mayúsculas que la película de Berlanga vuelve a la actualidad, como tiene por costumbre. Se trata de la cumbre del G8 que tiene lugar esta semana en el condado de Fermanagh, Irlanda del Norte. Imitando la táctica del reponedor de supermercado, pretenden evitar que la imagen de secarral económico y depresivo pueda hacerse visible en la retina de algún líder mundial. Para ello, están limpiando calles, pintando fachadas e instalando decorados en los establecimientos vacíos, para que parezcan negocios boyantes al paso de la comitiva de ilustres: 300.000 libras se destinan a este masaje visual. Los mandatarios, por su parte, se han comprometido a mirar sin ver: su negocio no es la sustancia, sino la apariencia. Tras el despilfarro recomendarán, como suelen, hacer otro agujero al cinturón.

 Como dice Pepe Isbert en su arenga desde el balcón del ayuntamiento: «Somos gente despejada», pero a corner. No hay nada como ver la parte de atrás de un decorado para comprobar que la vida es un engaño tambaleante. Una realidad de quita y pon con equilibrio precario. Nada cambia desde aquel viejo hidalgo cervantino, pobre como las ratas, que antes de salir de casa se echaba unas migajas de pan sobre la barba para que los demás viesen que había comido.


                                                                                                                                      (Publicado en La Voz de Galicia)

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