10 junio, 2015

Los profesionales

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 Un rico hacendado contrata a cuatro mercenarios veteranos para que rescaten a su mujer, secuestrada en México. La expedición, con visos de misión suicida, está formada por un especialista en caballos, un rastreador, un experto en estrategia (Lee Marvin) y un dinamitero (Burt Lancaster), al que le basta un leve escarceo amoroso inicial y su ingreso en prisión vestido con pijama y sombrero para robar la película.

 ‘Los profesionales’ no sufre el desgaste del reloj. Detrás de cada uno de sus diálogos, de su vigor narrativo y su ritmo portentoso, parpadea la modernidad, la aventura y el poso romántico de las causas perdidas. Así explica Burt Lancaster el nacimiento de una ilusión: «Un día de mayo de 1911 en El Paso. De repente, se oyen gritos y disparos al otro lado de Río Grande. Todo el mundo corre para ver qué pasa. Yo también. Desde lo alto de los carros podíamos ver la otra orilla: los Maderistas estaban tomando Juárez. La Revolución estaba en todo su apogeo y era maravilloso. Sin darme cuenta, crucé la frontera y me puse a disparar como todos, gritando: ¡Viva México!». A veces la aventura consiste en decir que sí sin pensarlo, mandando a la mierda las garantías, masticando utopía y exponiéndote a la metralla del desencanto. Muchas cicatrices después y cuando la revolución es ya una moneda oxidada, los dos protagonistas principales miran hacia delante pero solo ven pasado.

 Richard Brooks dirige este relato de héroes que sufren el paso del tiempo y certifican la muerte de los ideales. Y lo hace sin solemnidades ni postureos, escogiendo la sonrisa y la diversión, y convirtiendo el entretenimiento puro en una de las más altas expresiones del arte. A menudo, los cenáculos cinematográficos que reparten los pasaportes de obra maestra son poco indulgentes con el jolgorio. Reservan los peldaños del podio a obras más intelectuales y trascendentes, pongamos, por ejemplo, ‘Centauros del desierto’ y su monumentalidad de gran calibre. En ese medallero no suele aparecer ‘Los profesionales’, para mí, una de las cumbres del western, con un guión fulgurante y una partitura inolvidable de Maurice Jarre que reparte latigazos en el momento justo para que la rapidez y la épica no decaigan mientras la pantalla panorámica deja sitio para respirar a unos tipos que se entienden con la mirada, coleccionan amigos enterrados y asumen que la revolución siempre te deja sin pantalones.


                                                                                (Publicado en La Voz de Galicia)

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