Durante la Gran Depresión, los vagabundos van y vienen viajando clandestinamente en los trenes de mercancías, a los que suben en marcha. Los guardias ferroviarios reciben órdenes tajantes para evitar polizones y expulsar a estos nómadas que utilizan el tren para recorrer el país y buscar trabajo de forma itinerante. Existe un tren al que los vagabundos temen, el número 19, dirigido por Shack (Ernest Borgnine), el supervisor más despiadado y violento. Prefiere matar a un hombre a que viaje gratis. Colarte en sus vagones equivale a una sentencia de muerte, que Borgnine suele ejecutar con gran placer combinando golpes de martillo y una de las sonrisas más sádicas de la historia del cine.
Como en todas las películas del oeste (y aquí no hay duda de que estamos en un relato cuya ropa interior es la de un western) aparece un hombre que no se deja intimidar y lo desafía a la vista de todos. En uno de los depósitos de agua de la estación amanece la siguiente leyenda: «A-nº 1 viajará a Portland en el 19». Por supuesto, A-nº 1 (Lee Marvin) no es un vagabundo cualquiera, arrastra la condición de mito dentro de su gremio. Su astucia a la hora de eludir a los ferroviarios le ha hecho acreedor de un extraño apodo: El emperador del Norte.
Semejante duelo, incluso de rostros (ambos protagonistas podrían lijar el asfalto con su cara), está rodado de manera sencilla y directa. El juego de estrategia y salvajismo que se desata entre una bestia asesina y un experto en artimañas alcanza momentos de tensión que delatan el buen hacer de Robert Aldrich, un maestro del ritmo y la violencia seca a la altura de compañeros de pupitre como Budd Boetticher o Sam Peckinpah. ‘El emperador del Norte’ contiene además un maravilloso alegato a favor de la veteranía. Marvin enseña todos los trucos del oficio a un novato que le acompaña (Keith Carradine) al que intuye como su heredero y que a la postre se revela como un estúpido codicioso y fanfarrón al que arrojará del tren.
Más allá del combate que plantea la película entre los poderosos y la gente de la cuneta, una lucha de clases demasiado evidente, está la razón por la que A-nº 1 decide subir al tren de Shack y que me recuerda a aquella pregunta que le hicieron a George Mallory en 1923: «¿Por qué escalar el Everest?». Y éste, con una suave furia fundadora, responde: «Porque está ahí». Me gusta pensar que Lee Marvin sube al número 19 para hacer apología del libre albedrío.
(Publicado en La Voz de Galicia)
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