Resulta muy tentador para todas las tribunas influyentes hablar de nuestra sociedad de consumo como si fuese un fenómeno reciente. ‘Sucedió una noche’ contiene una escena que desbarata la supuesta frescura de este asunto mercantil y lo hace de la manera más efectiva: sin pretenderlo. Clark Gable protagoniza un decoroso striptease y se va quitando prendas de ropa en la habitación de motel que comparte con una melindrosa Claudette Colbert. Primero cae el jersey. Luego la corbata. Retira los tirantes con cuidado, como si fuesen un préstamo de un director de periódico, y a continuación, cuando se quita la camisa, el público americano se queda estupefacto: no utiliza camiseta interior. Tal vez resulte difícil para un espectador actual aceptar que el bigotito, la raya del pelo y el estilo aristocrático de Clark Gable provocaran la misma expectación que ahora el lanzamiento de la última novedad electrónica, pero así era. Se armó tal revuelo que el descenso de ventas de esa prenda fue alarmante. Décadas después repuntarían de nuevo con el advenimiento de James Dean o Marlon Brando, que volvieron a sudar esas camisetas de forma conveniente para tranquilidad de la industria textil. Frank Capra solo deseaba ser ingenuamente transgresor mostrando el torso desnudo de Gable y acabó influyendo en la economía.
Esta anécdota confirma la pauta de aquellas comedias locas de los años 30: podía suceder cualquier cosa. Por allí brincaban Carole Lombard, Irene Dunne, la domadora de leopardos Katharine Hepburn o el acróbata Cary Grant, que mostraban un mundo de anarquía, de combates entre hombres y mujeres de igual a igual, con una esgrima verbal y unos diálogos soberbios en los que todo el sin sentido adquiría una lógica aplastante. ‘Sucedió una noche’ cuenta la odisea de una chica caprichosa y rica que viaja con cuatro dólares y de un periodista a la caza de reportaje que la acompaña. Por supuesto, el vagabundeo de los protagonistas hace que se vayan enamorando a base de kilómetros y trifulcas, por algo estamos en una screwball comedy. Esta raza de películas desapareció abruptamente cuando Pearl Harbor fue bombardeada. La guerra cambió el cine americano y estas comedias se extinguieron, convirtiéndose así en el único género cinematográfico destruido literalmente en un bombardeo. Las camisetas, en cambio, sobrevivieron.
(Publicado en la Voz de Galicia)
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