Leo McCarey es el encargado de dirigir este campo de batalla titulado "Sopa de ganso", una película sin apenas estructura argumental que se pliega a las exigencias iconoclastas de esos genios del humor destructivo que son los hermanos Marx. La sufridora habitual de sus atropellos, Margaret Dumont, interpreta a una millonaria que coloca como primer ministro de Freedonia a Groucho, en sí mismo un incidente diplomático. El embajador del país vecino, en un ambiente prebélico, envía como espías a Chico y Harpo, que convierten la ausencia de esqueleto narrativo en un vodevil de despropósitos que termina en una guerra tan demencial que Gila le pondría su matasellos.
McCarey eliminó los habituales números de piano y arpa de los Marx, que paraban la historia y reducían la fluidez narrativa. También quitó la relación amorosa previsiblemente aburrida entre el chico y la chica típica del cine de la época. Así la película adquiere una rapidez enloquecida. El humor transgresor de los hermanos Marx dispara una caricatura surrealista del mundo de la política, de la diplomacia o de la guerra, con una sorna de lo más actual. Se ríen con crueldad de los codiciosos, de los pretenciosos, de los bobos, de las apariencias, de la hipocresía. Y en medio de ese humor galopante, son capaces de manejar las pausas y las roturas de cintura con maestría. Poseen ritmo.
Harpo es el gesto, el circo, el loco. Se pasa la vida sacando un soplete del bolsillo o durmiendo en la cama con un caballo vivo. Chico es el marrullero, el socarrón. Y Groucho ejerce de altavoz y pregona con la desfachatez más absoluta todas las vergüenzas que se ocultan y disimulan. Su gran afición: tirar de la manta en voz alta. Despelleja y capta como nadie la doblez de la política que ahora dice una cosa y en diez minutos la contraria. El caudal de ingenio, los diálogos irreverentes y los chistes de Groucho han tenido sucesores como Luis Sánchez Polack, "Tip", o Woody Allen, que en múltiples ocasiones ha declarado lo mucho que le debe.
(Publicado en La Voz de Galicia)
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