Algunos cineastas encontraban ambicioso y un tanto exagerado el retrato que el neorrealismo hacía de Italia. Demasiados escombros. «Nadie se reconocía, salvo un pequeñísimo corro de locos por el cine. Italia estaba representada más bien por sus pícaros», decía Mario Monicelli que, junto con Steno, dirige ‘Guardias y ladrones’, una comedia de risa atragantada donde el humor y la retranca dibujan la miseria de la posguerra y muestran una sociedad que convierte a las personas en polizones forzados a vivir de la astucia.
Ferdinando Esposito (Totó) es un timador de poca monta que estafa a un turista yanqui. El americano, responsable de las ayudas del Plan Marshall, se topa de nuevo con el ladrón y, con la ayuda del brigadiere Bottoni (Aldo Fabrizzi), intenta atraparlo, provocando una de las persecuciones más heroicas y divertidas de la historia del cine. Empiezan en las calles del centro de Roma, llegan al extrarradio y continúan en campo abierto, atravesando chabolas, descampados y barrizales. La galopada entre este policía gordo y un caco de mediana edad llega a unos niveles de hostigamiento y comicidad asombrosos. Se paran a beber en un grifo, Totó roba una gallina al trote, interrumpen un partido de fútbol, corren, se insultan, discuten, y a pesar de todo, la distancia entre ellos no varía. El cansancio va disminuyendo su velocidad hasta que los dos se detienen a unos prudentes diez metros de separación y proceden al negociado de la rendición. Totó se entrega, pero diez minutos después vuelve a escapar definitivamente (su capacidad de recursos sonrojaría al propio Jason Bourne).
El americano recurre a las altas instancias, que obligan al policía a atrapar por su cuenta al timador en un plazo de tres meses o ser expulsado del trabajo. Comienza así una investigación urgente y pazguata en la que las familias del brigadiere y de Totó acabarán confraternizando y el policía y el ladrón reconociéndose el uno en el otro. Solo hay una diferencia entre los dos protagonistas: uno de ellos cobra una nómina. Al final, Totó casi se ve obligado a arrastrar al policía hasta la comisaría para certificar su detención. De lo contrario, sabe que su amigo tendrá que afrontar la mayor desgracia de la época: quedarse sin empleo.
(Publicado en La Voz de Galicia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario