Las grandes películas de atracos son aquellas en las que el asunto fracasa. El recuerdo de los ladrones que triunfan se diluye; en cambio, el fatalismo perdura en la memoria. Siempre hay más gloria en la derrota. Desde el inicio, los protagonistas de ‘La jungla de asfalto’ o ‘Atraco perfecto’ están predestinados a fracasar. Una maleta que cae, una alarma a destiempo, desavenencias en el reparto del botín o una buena mujer mala suelen arruinar el tinglado.
Algo parecido ocurre en ‘Atraco a las tres’. Un grupo de trabajadores de un banco deciden asaltar la sucursal en la que trabajan. Están cansados de ser pobres. El líder carismático de esta banda de palurdos es un cerebro criminal de primera categoría: José Luis López Vázquez. «Sería incapaz de robar a un semejante, pero un banco no es un semejante», dice con indiscutible visión de futuro. Como buen trabajador de la banca, sabe que la frontera entre robo y negocio suele ser difusa. Cuenta con un equipo de ladrones difícil de igualar: Manuel Alexandre, Cassen, Agustín González y Alfredo Landa, que interpreta al asaltante más miedoso de la historia del cine. Hace falta ser comadreja para que Gracita Morales, con ese estiramiento inverosímil de las vocales, te acuse de esquirol.
Son tan profesionales que hacen el reparto antes del atraco para que cuadren las cuentas. Imitando la secuencia de ‘Bienvenido Mr Marshall’ en la que todos sueñan lo que van a pedir a los americanos, todos apuntan sus objetivos. López Vázquez quiere vivir en los lagos Suizos y alternar con las campeonas de slalom gigante. Gracita Morales pide un abriguito de entretiempo y seis pares de medias. «A mí lo que me gustaría es ir a Logroño», afirma uno de ellos. Metas loables. Deseos propios de una sociedad que imaginaba en pequeño. Hasta se quedan cortos en el soñar. Disfrazada de comedia amable, ‘Atraco a las tres’ despelleja sin piedad aquella España pusilánime en la que los céntimos eran importantes, los hombres llevaban un peine en el bolsillo del pecho y los amigos que iban de visita al hospital le comían el menú al enfermo. Todo suena a conversación escuchada por Rafael Azcona en algún autobús. Maldita la gracia, pero te ríes.
(Publicado en La Voz de Galicia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario