Cuando uno es sencillo en su forma de ser, de hablar o de hacer películas, corre el riesgo de ser tomado por tonto. A menudo los festivales y los críticos confunden lo sencillo con lo simple y premian o elogian a cineastas cuyas obras no entiende casi nadie y parecen destinadas a ser interpretadas con una güija. Yasujiro Ozu es un experto en el arte de no darse importancia. Su única regla: no enfatizar, no subrayar. Con un estilo despojado y sobrio como el pomo de una puerta, sus historias transmiten serenidad, reposo, y se rigen por una depuración extrema tanto formal como argumental. Todo en su cine es engañosamente sencillo, como un haiku.
'Buenos días' es un retrato de las pequeñas mezquindades de un barrio modesto japonés dominado por el chismorreo vecinal. En una de las familias, dos niños deseosos de ver la lucha libre reclaman con insistencia un televisor para el hogar. Los padres se niegan en redondo, les riñen y les exigen que se callen, ya que hablan demasiado. Los niños deciden comenzar una huelga de silencio indefinida y, antes de enmudecer, afirman que los adictos a la cháchara inútil son en realidad los adultos. Esta es la forma que tiene Ozu de decirnos que las palabras huecas llenan todos los espacios, aumentan el ruido y no dejan sitio a las palabras importantes. Con esta excusa argumental mínima, Ozu aprovecha para introducir todos sus temas predilectos: las relaciones humanas, la modernidad, la diferencia generacional o la importancia de la honestidad.
Su gusto por rodar secuencias largas lo convierte en un virtuoso a la hora de situar la cámara en el sitio exacto. La coloca en un punto de vista bajo y retrata a sus personajes a base de planos frontales. Así es como filma: de frente. Los planos cuidadosamente encuadrados, la simetría y el despiece de líneas son tan espartanos que 'Buenos días' podría convertirse fácilmente en la película favorita de Mondrian. Explorar la belleza de la exactitud con una ausencia absoluta de pretensiones: no hay otro resumen para Ozu. Tuvo precisión hasta en el momento de su muerte. Nació y murió el mismo día: vivió 60 años justos.
(Publicado en La Voz de Galicia)
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