21 noviembre, 2012

Luna Nueva

 Comedia despiadada que narra la pasión hacia un oficio: el periodismo. Repleta de objetos que recrean una época ya desaparecida y que acarician la vista: teléfonos antiguos, máquinas de escribir, sombreros, cigarrillos, humo y todas esas cosas que hacen creíble un ambiente. Una historia de reporteros más que de periodistas, políticamente incorrecta y con unos diálogos tan afilados que oyes latir la inteligencia detrás. Hoy llega un tren de alta velocidad: Luna Nueva. Howard Hawks. 1940.

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 Walter Burns, director de un diario sensacionalista, utiliza a un pobre infeliz al que van a ejecutar, para alimentar los titulares de su periódico. Es un tipo estupendo en el sentido despreciable del término. Con sus enormes dotes para la maquinación, pondrá toda su caradura al servicio de una misión: recuperar a su ex-mujer, Hildy Jonhson, reportera del mismo diario a punto de casarse con otro hombre. Pretende dejar el periodismo, convertirse en un ser humano y marcharse en un tren con suegra dentro. Estos dos personajes forman la columna vertebral de uno de los guiones míticos de la historia del cine. Se ha rodado cuatro veces. Esta versión es la mejor. Al menos hoy. La película es una "screwball comedy", término diseñado para referirse a comedias que transcurren al ritmo de una sala de urgencias y en las que las mujeres llevan las riendas del asunto. Su traducción sería algo así como “comedias locas”, bastante cuerdas, en realidad. Los diálogos no se pronuncian, se disparan. Compiten en velocidad con los de "Uno, dos, tres" de Billy Wilder.

 El maquinista de este tren vertiginoso es Howard Hawks. Era tan bueno como director que no necesitaba hacerse notar. Ponía la cámara a la altura de los ojos y listo: invisible. Cuando Mies van der Rohe acuñó su famosa sentencia “menos es más” hacía tiempo que Hawks pisaba ese territorio. Esa economía le hace emerger como uno de los cineastas más eficaces y modernos del cine clásico. Conseguía lo más difícil, extraer genialidad de la sencillez. Su maestría es pasmosa al presentar con un par de travellings majestuosos la redacción caótica y ruidosa de "The Morning Post". No había llegado todavía el silencio de tanatorio de las redacciones de hoy en día.

 Comedia de acido sulfúrico donde los periodistas son retratados como alimañas con la precisión de una autopsia y la corrupción alcanza cotas de miseria y esperpento comparables a las películas de Berlanga y Azcona. La risa como bálsamo contra la estupidez.

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