Miles Davis.
Como sabéis, este pequeño blog se dedica frecuentemente a mezclar el cine con la vida aunque, de la misma manera que según Woody Allen “el sexo es sucio sólo cuando se hace bien”, quizá la vida y el cine sean lo mismo, sobre todo cuando este último se hace bien.
Roberto Rossellini era un señor que hacía películas en las que nunca había un rincón para la autocomplacencia. En 1947, dirige una película en la que practica una forma despiadada de piedad: "Alemania, año cero". Una película a la que resulta difícil llamar película. En una ciudad arrasada por los bombardeos de los aliados y cuyo único paisaje está formado por escombros, rueda una historia que cuenta el horror y la desesperanza en el Berlín de la posguerra. 74 minutos de terror.
La película comienza en un cementerio porque Berlín es un cementerio. Solo hay mujeres, niños y ancianos, los hombres han muerto en la guerra. Edmund, un niño de doce años demasiado pequeño para ser hombre y demasiado mayor para ser niño se ve obligado a buscarse la vida para mantener a su familia en unas condiciones durísimas e implacables. Sin Edmund no hubiese existido el niño de "Los 400 golpes" ni "Los olvidados" de Buñuel. Ellos vinieron poco después y fueron sus herederos.
Rossellini muestra el envejecimiento de un niño en horas, en días. Una película de pellejo sombrío y desesperanzado que habla de la supervivencia extrema y en la que Edmund se verá abocado al suicidio. La historia que narra "Alemania, año cero" es de una asfixia tan notable que, a veces, te asalta la sensación de estar intentando respirar en el vacío. Su belleza y su dureza no entran a través de los ojos.
Estos días de desahucios de primera página he pensado mucho en Edmund. Causa pudor imaginar desde las zonas afortunadas de la sociedad el arrinconamiento y la humillación de personas atrapadas por las circunstancias que toman la decisión de quitarse de en medio.
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