Erri de Luca no inventa, sólo recuerda. Y quizá sea la misma cosa. Sólo he leído un libro suyo pero, si uno mira hacia el horizonte, cree adivinar lo que le aguarda en el resto de su obra: las redes de arrastre de toda una vida.
En su manera de contar una historia hay una especie de poesía a la que la rima le parece algo de mal gusto, algo sobrante. Sería insistir. Imaginad una naranja a la que exprimís para extraer zumo y caen tres gotas. Así escribe Erri de Luca. Concentrado y precioso, es todo núcleo, no hay adorno, no hay decoración. Ese empecinamiento en contar sólo lo esencial pone cemento a la complicidad imparable que estableces con él.
Los libros de Erri de Luca traen consigo un accesorio denominado "puente". El lector se sorprende una y otra vez ensimismado en sus propios pensamientos y no sabe cuando cruzó ese puente. No es capaz de recordar el instante exacto en que dejó de leer y comenzó a pensar. Esto provoca que el ritmo de lectura sea a pequeños sorbos, con frecuentes paradas en el camino a beber agua fresca. Llega un momento en el que descubres que el libro va a la velocidad de la vida, que es una de las mejores cosas que le puede suceder a una persona que abre un libro y espera encontrar algo.
No contaré el argumento. Disfrazado de relato iniciático, el autor nos hace un regalo, nos dice de la forma más hermosa cómo viajar en el tiempo a través de nuestra memoria. Nos explica cómo funciona la máquina de nuestros recuerdos y nos habla de la educación, del tiempo, de la sensación de pérdida. Y habla también de la herida de la vida.
Hay varios cineastas que empezaron a rodar películas en el cine mudo, fueron testigos del nacimiento del sonido, vivieron el paso del blanco y negro al color y prolongaron su carrera hasta las décadas de los sesenta y los setenta. Eran pioneros. Ellos inventaron la caligrafía del cine. Necesitaban que las imágenes fueran tan esenciales que narrasen la historia por sí mismas con apenas la apoyatura de unos carteles. Esa pureza narrativa ya les acompañó para siempre. Cuando veo alguna de las últimas películas de John Ford, Charles Chaplin o Jean Renoir, a veces, me parece que están inventando el lenguaje cinematográfico delante de mis ojos.
La misma sensación me asalta al leer a Erri de Luca. La de una extraña pureza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario