Hace unos días, he visto un documental acerca de cómo se perfila el número de septiembre de la revista "Vogue". Realmente, todo pivotaba alrededor de la figura de Anna Wintour, uno de esos personajes con un poder desmedido cuyo epicentro es el miedo atroz que provoca en otros. Tiene estudiadísimo su personaje, sabe que reduciendo su expresividad a cero no da pistas de lo que piensa y provoca el pavor de los que dependen de ella y lo que su revista sentencie. Diseñadores de moda de gran prestigio le enseñan su nueva colección previamente para ver qué le parece y cambiar lo que no sea de su gusto. En las imágenes ves como algunos, literalmente, tiemblan. Creen que están asistiendo a un juicio sumarísimo, cuando lo que hace Anna Wintour es comportarse como una esfinge, proponiendo acertijos, escrutando a su víctima, devorándolo. Simplemente paladea su poder y su adicción a la pleitesía.
Desde el inicio de los tiempos, han existido personajes así. Sin ir más lejos, todas las Intereconomías están pobladas de regurgitadores de falacias malintencionadas, de insultadores profesionales, de tipos para los que la denominación de ratas equivale a un exceso de generosidad por mi parte o de gente que no les gustan las sobras a no ser que sean de los platos de otro. La película de hoy, tiene como protagonista a uno de estos personajes. Chantaje en Broadway. Alexander Mackendrick. 1957. Una película que se asemeja a una autopsia con un cadáver que almacena toda la podredumbre humana. Una historia tan bien contada que, el hecho de acceder a encenderle el cigarrillo a otro, puede significar el nivel de bajeza en el que te encuentras.
Seguro que muchos recordáis el síndrome de la letra en negrita de la columna de Umbral. Muchas personas empezaban el periódico al revés para ver qué nombres había en negrita. Era como ver los números de la lotería, se trataba de ver quiénes eran los agraciados. Instantes después, muchos arrojaban el periódico a la papelera. El protagonista de esta película es el "inventor" de la letra en negrita.
Burt Lancaster hace uno de los mejores trabajos de su vida interpretando a J.J. Hunsecker, un tipo que pone aros para que los demás salten y pasen a través de ellos. Esa es su manera de entender las relaciones humanas. Escribe todos los días la reseña más influyente del país, titulada "los ojos de la ciudad". Es uno de esos columnistas que se consideran por encima del bien y del mal, de mesa privada y teléfono en un club. Cuando alguien osa plantarles cara, se apresuran a esconderse detrás del patriotismo o de sus lectores. Disfrazado de gran periodista, se dedica a dosificar su influencia y a la compraventa de favores.
J.J. Hunsecker tiene una mascota que le proporciona material. Se llama Sidney Falco (Tony Curtis) y se anuncia como agente de prensa. Su trabajo consiste en escarbar en la basura de los callejones sórdidos y pasearse por las trastiendas malolientes, para todo lo sucio: él actúa de disco duro. Como los buitres, se alimenta de carroña, por lo que suyos serán los despojos. Miente, roba, lisonjea, engrasa, corrompe, repta. Todo con tal de llegar. Su mayor virtud es su voracidad, la mascota, algún día quiere heredar el puesto. También desea tener la ciudad a sus pies.
Si J.J. Hunsecker hace de esfinge, Sidney Falco es lo contrario, no para de moverse. Su territorio es la nocturnidad y el callejeo de club en club. Su paseo por los clubes de Nueva York (21, Morocco) de noche, nos ofrece un retrato meticuloso de la degradación humana, donde los bares tienen ojos, se dan cita los embaucadores y hay escarbadores profesionales de chismes que sólo tienen oídos para los susurradores de orejas. La película hace un recorrido extraordinario por ese mundo donde Weegee sacaba fotos con flash mientras Gay Talese o Abbott Joseph Liebling recorrían las calles.
Sidney Falco hace de anfitrión y nos va mostrando su rutina nocturna. Asistimos a un mundo de corrupción absoluto. No hay límite a la hora de buscar la ventaja, el poder, la ambición o el éxito. Se paga cualquier precio. La disección de hasta donde puede llegar el ser humano cuando tiene demasiado poder o aspira a tenerlo es desoladora. La escena en la que Tony Curtis prostituye a una cigarrera es el colmo de la devastación humana, de una violencia interna terrible.
No hay pistolas ni detectives en gabardina pero es una historia negrísima. Posiblemente sea la película que ofrece una visión más sórdida e inmoral del mundo del periodismo. Aquí, los periodistas no son unos canallas pícaros como en las películas de Billy Wilder, son turbios, directamente bazofia.
Película de diálogos de hoja de afeitar. Todos los personajes piensan lo contrario de lo que dicen, la altura de los diálogos es increíble, hay frases con doble sentido que, a su vez, tienen sobreentendidos dentro. Imposible resistirse a las maquinaciones amorales de J.J. Hunsecker, a sus celos incestuosos, a su forma de entender la integridad como un defecto de carácter o a su primera aparición en la película en la que es idéntico a un jefe de gangsters disfrazado de periodista. Una de sus víctimas le pregunta ¿por qué todo lo que dices suena a amenaza?.
El personaje de J.J. Hunsecker está basado en Walter Winchell, un periodista con una columna que seguían 60 millones de norteamericanos. Durante mucho tiempo fue, oficiosamente, uno de los hombres más poderosos de América a pesar de que era un simple chismoso al estilo de Louella Parsons o Hedda Hopper, que daban rango de noticia al rumor más conveniente a sus fines. Winchell poseía tal poder e influencia que ponía y quitaba a su antojo. Una simple mención en su columna podía convertir a una chica en estrella de la noche a la mañana. Los políticos sangraban por las manos de tanto dar palmadas en su espalda. Cuentan que intentó detener esta película ya que, según él, se sentía ultrajado por el guión. Burt Lancaster consiguió sacar adelante el proyecto.
Además de Alexander Mackendrick, cuya dirección es portentosa, dos guionistas estratosféricos, Ernest Lehman y Clifford Odets, son los responsables de la altura que alcanza la película. Ernest Lehman fue agente de prensa de Walter Winchell durante cuatro años. Afirmó que todo lo que sale en la película se ajusta a multitud de situaciones que vivió en persona. Incluso aseguró que había dejado cosas en el tintero.
Según cuentan, Walter Winchell acabó medio loco, escribiendo columnas inexistentes en bares cuando ya no tenía trabajo. Seguía creyéndose su personaje. Su sustituto escribió una columna acerca de esto.
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