Coldplay. Se acaba el año y, echando la vista atrás, es alucinante comprobar como las noticias se fueron empujando unas a otras a la velocidad del sonido o, más bien, al ritmo que marcan las redes sociales. La revista "Time" ha declarado protagonista del año al "indignado", para mí lo es la velocidad de los acontecimientos y las redes sociales, aunque quizá sean lo mismo.
Hagamos un repaso somero. Ha sido el año de los tiranos caídos debido a gente que perdió el miedo a tener miedo. Desde Japón llegaban imágenes apocalípticas de un tsunami protagonizando un extraño baile con una central nuclear que dejaba en evidencia, una vez más, la estupidez humana.
Osama Bin Laden fue asesinado, dando carpetazo a una década dominada por el miedo al terrorismo que ahora está retrocediendo y, en su lugar, aparecen extrañas matanzas con germen xenófobo como la de la isla noruega de Utoya.
Los países emergentes, con sus cartas marcadas, se niegan a dejar de emerger. Rupert Murdoch nos presentó a su mujer cuasikarateka en uno de los sainetes del año que, francamente, deja en un lugar penoso a eso llamado periodismo.
También fue el año del Tea Party, esa pandilla de cizañeros y puritanos que poseen el fanatismo de la primera colonia de emigrantes que desembarcaron del "Mayflower" en Massachussets. Quizá se dirigen a Salem.
Hace unas semanas tuvo lugar la cumbre del clima en Durban, todos estuvieron en su lugar, lograron un no acuerdo. Cuando se decide no hacer nada, se logra el consenso.
"Los políticos harán lo que quieran en cualquier caso –al tiempo que sacan tajada para sí mismos- por qué habría de perder el tiempo la gente en tratar de influir en sus actos". Esta era la forma de pensar de muchísimas personas desde no se recuerda cuando. Pero un día una plaza en Madrid comenzó a llenarse de gente. Y me hizo mucha ilusión. Y a otros también. Se les llamó indignados. No tenían solución para los problemas pero acertaban al señalarlos con el dedo. Decían (dicen) que la democracia tiene metástasis, que los países han perdido su soberanía nacional y se reducen a meros vasallos de prestamistas, entidades financieras o bancos mezquinos, provincianos, de un hambre voraz. Que los políticos son una pandilla de incompetentes congraciados con una nueva economía mundial cruel y despiadada. El influjo de los indignados se fue expandiendo por el mundo mientras los políticos se limitaron a esperar que dejase de llover.
Y la crisis. El lugareño, de tanto mirar el escenario en el que vive, ya no lo ve. Con la crisis ocurre lo mismo, ni siquiera los expertos, que ya han dejado de serlo, se aclaran ni son capaces de encontrar respuestas a nada. Hoy en día, todas las formas de pensamiento están guiadas por la economía. No importan las ganancias grotescas de algunos ni tampoco las pérdidas de tantos. Con unos especuladores que han establecido un patrón para medir el miedo de los países, con unas agencias de calificación dedicadas a la rapacidad como Standard & Poor's (que, en palabras de Eduardo Galeano, significa "promedio y pobres") y saqueando de forma global, asomó el hocico la "crisis de la deuda" que, en todo momento, dio la sensación de un sálvese quien pueda. Como dice Mafalda: "lo urgente no deja tiempo para lo importante".
Hemos pasado de los bancos "demasiado grandes para dejarlos caer" a los recortes y la gente de a pie "demasiado pequeña para aguantar". La cosa está tan mal que hay gente que está cansada hasta de estar cansada. El humor comienza a huir. Alguien te puede decir por la calle: “Mira, un gracioso, que Dios le ayude”. Si algo nos ha quedado claro este año es que el futuro ya no es lo que era.
Algunas de estas cosas pasaron por este pequeño blog, otras no. Muchas veces, mi ritmo no es el de la actualidad, mucho menos el del twitter. Para el año que viene he comprado anabolizantes.
Parece que en 2012 el mundo seguirá siendo como el quejido de un perro atropellado, que aúlla y nadie le hace caso. Ya veremos.
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