11 noviembre, 2015

El hombre de MacKintosh

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 John Huston siempre soñó con ganar un concurso de Hemingways. La extraña enfermedad que padeció en su infancia hizo que un médico informara a su madre de que probablemente quedaría inválido de por vida. El diagnóstico, por supuesto erróneo, operó maravillas en Huston, que desde muy joven apostó por vivir cada día como si fuese el último. Esa manía de sobrevivir a accidentes de avioneta en África que tenía Hemingway, para después brindar con champán por las mañanas mientras observaba las esquelas que lo daban por muerto en los diarios de medio mundo, dibujó el patrón de todos esos seres que desprecian el peligro y le cambian el nombre: lo denominan virilidad. Huston, dueño de un encanto indudable, una destreza pendenciera asombrosa y el magnetismo del buscavidas, es un capitán Ahab que vislumbra su ballena blanca detrás de cada esquina. Esa ballena puede ser la caza del zorro, conducir coches rápidos, las apuestas de caballos, conquistar mujeres o ir a países exóticos en busca de avionetas y champán. En sus labios siempre asoma un «lo pasaremos en grande», mientras sus colaboradores cabecean incómodos. Es el amigo peligroso.

 Además de desbrozar la vida con la alegría de un cheque sin fondos, Huston también hacía películas entre (o durante) sus aventuras. Algunas soberbias y otras un poco menos. 'El hombre de MacKintosh', un relato de espías desangelado y monocromático, pertenece a este género menor dentro de su obra. Paul Newman debe atrapar a un doble agente (James Mason) situado en las altas esferas del parlamento británico y especializado en malvados aristocráticos tan cínicos y simpáticos que terminan por robar la cartera al resto del reparto. Huston despreció la película alegando que la había dirigido por dinero y por un compromiso anterior con Newman, pero 'El hombre de MacKintosh' es una película estupenda, bien narrada y con un ritmo envidiable. Como la mayoría de directores al ser entrevistados, Huston es un gran mentiroso. Todavía están ahí las declaraciones de Richard Brooks, James Agee, Ray Bradbury o Peter Viertel afirmando que jamás le vieron escribir una sola línea, lo cual no le impidió firmar numerosos guiones. Para Huston, el cine era una forma de conseguir dinero para sufragar sus deudas y financiar su verdadera película, aquella que Orson Welles, otro amante de la situación desesperada, definió en una sola frase: «La mejor película de John Huston fue su propia vida». Había ganado el concurso.


                                                                                                 (Publicado en La Voz de Galicia)

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