Uno ve jugar al gordo de Minnesotta y el precio de la entrada queda amortizado al instante. Esa forma de bailar con su sombra, flotando alrededor de la mesa de billar como Fred Astaire y deslizando el taco como si estuviese meciendo suavemente a Ginger Rogers, acuna al espectador con tal disimulo que éste cae hipnotizado con la fascinación del gorrión que mira a una serpiente. Su primera partida es un recital. Solo le falta pasar la gorra, declarar el dinero y pagar el IVA en aplausos. Imposible comenzar mejor y con más ritmo una película que en realidad es una metáfora sobre la indecencia del sistema capitalista y su querencia por amputar la dignidad de las personas y desaguar a los perdedores a través de las troneras.
‘El buscavidas’ exhibe sin pudor ese arquetipo americano, casi un axioma, en el que dinero es igual a triunfo. Ganar o perder. Éxito o fracaso. Peor aún, adelanta el mundo que ahora tenemos a nuestro alrededor, repleto de gente con miedo a pagar el precio de decir «no» y cuya razón última para levantarse de la cama es la economía. El retrato de la película es tan feroz que el capitalismo acaba desnudo, llorando solo debajo de una ducha fría.
El dinero está interpretado por George C. Scott, uno de esos tipos que compran el hoy a bajo coste y venden el mañana con el beneficio que aporta robarle el futuro a otros. Es el apoderado (palabra con temperamento obsceno) de un arrogante Paul Newman, que representa el talento y la ambición por llegar a la cima aun a costa de vender su alma. La lucha eterna entre mercaderes y artistas. Piper Laurie es el ciervo herido incapaz de adaptarse a un mundo despiadado. Una tullida que evidencia que los lisiados son los demás. La congoja que transmite la convierte en uno de los seres más solos y desamparados de la historia del cine. La secuencia del bar de la estación de autobuses en la que ella y Newman se van juntos sin mediar palabra parece salida de una fotografía de Robert Frank. Una escena de amor tan triste como mirar al fondo de un pozo. ‘El buscavidas’, sin adjetivos ni adornos, únicamente con unas cuantas mesas de billar y un par de personajes a la deriva, explica que es mucho más difícil ser persona que campeón.
(Publicado en La Voz de Galicia)
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