19 mayo, 2013

House of Cards



 La música es de Jeff Beal y pertenece a la cabecera de ‘House of Cards’.

 Ya era hora de que Maquiavelo se animase a hacer el guión de una serie de televisión. “Todo en la vida tiene que ver con el sexo… excepto el sexo, que tiene que ver con el poder” dice su protagonista.

 Seguro que todos recordáis esa serie grandilocuente titulada ‘El ala oeste de la Casa Blanca’ que aireaba los entresijos de la política de Washington con sus diálogos rápidos y brillantes en boca de tipos inteligentes que no camuflaban su patriotismo merengue. El asunto era: “Miradnos, somos la democracia del mundo”.

 ‘House of Cards’ es el sótano con goteras de ‘El ala oeste’, su reverso oscuro. Aquí el mundo político parece la charca de un documental de animales donde todos se acercan a beber y solo hay brillo de dientes. Kevin Spacey, con una cintura a la hora de hacer el mal muy superior a la de Keyser Söze, y Robin  Wright, una Lady Macbeth con la belleza de una cuchilla de afeitar, forman un matrimonio muy bien avenido. Sus cimientos son sólidos, les une la ambición. Él es congresista de los Estados Unidos, ella regenta una ONG pero, en realidad, se dedican a lo mismo: depredar. En sus conjuras no hay piedad. Son caníbales políticos cuyo fin último es saciar su sed de poder.

 Este paseo por la trastienda de la gente respetable transcurre en fiestas, pasillos con columnas de mármol, suntuosas mansiones y alcantarillas similares. Todo sucede de noche, entre las sombras, con tufo a perro muerto y a trama Gürtel. La oscuridad es el refugio de todas estas recepciones, donaciones, financiaciones y cualquier otro eufemismo que a uno se le ocurra. La serie ofrece la seducción y el magnetismo que tienen historias como ‘Las amistades peligrosas’, con personajes que combinan el lujo con la cloaca y poseen una inteligencia animal, hipnótica.

 Lillian Hellman escribió en 1939 una obra de teatro titulada ‘The little foxes’. Su adaptación cinematográfica, dirigida de forma portentosa por William Wyler en 1941, se llamó ‘La loba’. Esta película comparte el mismo espíritu de ‘House of Cards’: la fascinación del que observa el hambre implacable de las alimañas.

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