Acerca de... la sustracción del Códice Calixtino. La Catedral de Santiago ha sufrido, hace unos días, un robo tipo Ocean´s Eleven. Se han llevado un libro cuyo valor reside, más que lo que contiene, en el hecho de que es único y, claro, con lo que escasean hoy en día las cosas únicas en un mundo donde la tendencia es la copia y la clonación de todo, se ha montado la de dios. Este libro hablaba de los milagros del apóstol Santiago (cómo no), pero también de las obras que hace 800 años se realizaban en la ciudad o de los consejos más adecuados para los viajes de los peregrinos. Un libro turístico, vamos.
He rodado varias veces en la Catedral de Santiago y puedo asegurar que las medidas de seguridad son, por decirlo de alguna manera, escasas. Que haya cámaras de seguridad en el claustro y en los pasillos pero no en la sala donde guardas el libro que es el colmo de lo litúrgico parece salido del robobo de la jojoya. Un fotógrafo que, hace años, hizo un facsímil del libro asegura que tuvo que ir buscando a alguien por las estancias para devolver la llave. Este hecho me suena a verdadero, las cosas allí funcionan así, aunque ahora con este hurto de categoría intenten aparentar lo contrario.
El hecho más notable de trabajar en la Catedral es la animadversión que existe entre el deán y el cabildo, dos personajes con amplios poderes inquisitoriales en lo que a permisos y demás menesteres se refiere. Son como Ferguson y Mourinho. Tú pides permiso para rodar en una de las capillas, el deán te dice que sí, por lo tanto el cabildo te dice que no, entonces vienen y te echan. Tras varias peripecias quejumbrosas te dejan rodar pero, cuando quieres rodar una misa, el cabildo te dice que sí, el deán que no y vuelta a empezar. Ser el testigo mudo de todo esto es como ver a dos perros peleándose por una vieja zapatilla.
Me quito el sombrero ante el ladrón de reliquias. Ha conseguido algo inédito hasta ahora en los 800 años de historia de la Catedral: poner de acuerdo al deán y al cabildo en algo. Los dos han salido compungidos en la televisión ante un hecho dramático de este calibre, el robo de arte sacro. Por una vez, la vieja zapatilla estaba entre los dos y ninguno le hacía caso.
El deán de la Catedral dice que es pecado (y qué no lo es) hacer juicios temerarios (algo que lleva haciendo la iglesia desde hace siglos) de momento. Pues bien, yo, que dicho sea de paso soy un gran amigo del deán, voy a hacer una serie de juicios temerarios acerca del paradero de ese incunable que han sustraído, con gran limpieza, de la cuna. La primera hipótesis, que ya circula hace días por facebook, es que la SGAE tenga algo que ver. No es descartable.
Puede que lo haya sustraído por encargo Steve Jobs, gran amante del libro viajero, para escanearlo y ofrecerlo como regalo a todos los usuarios del nuevo Ipad3. Es un profundo conocedor del gancho que poseen los textos Calixtinos como oferta de lanzamiento, además, como sabemos todos, ese lobby denominado cristiandad, es acérrimo usuario de Mac. Se dice por ahí que Eva mordió la manzana para crear el logo de macintosh.
Otra posibilidad es que lo hayan robado los malos oficiales de nuestro planeta: los chinos (los talibanes ya han pasado de moda). Todos sabemos lo enemigos que son los chinos de las cosas únicas, posiblemente el libro ya está en una fábrica clandestina de Bangla Desh, desde donde se inundarán las tiendas de chinos con millones de copias transgénicas para consternación del cabildo y el deán, que no saben chino.
Quien sabe, a lo mejor el libro sigue allí, sólo que le han puesto encima la capa de Harry Potter y nadie lo ve. Hay que tener en cuenta que la ceguera está muy arraigada en la Catedral de Santiago.
De momento, nos han dicho que la policía científica está en ello, buscando un pelo o algo así, y que... ya veremos. Posiblemente han llamado a Gil Grissom de CSI Las Vegas, ese tipo que con unos neones de bolsillo que dan luz verde y unas gafas azules, siempre encuentra unas huellas dactilares aunque el ladrón no tenga dedos. Como toda América sabe, entre laboratorios cool de polis estudiadamente guapos y estudios de la escena del crimen donde siempre hay un derrape, en Las Vegas el criminal nunca queda impune. Se desconoce por qué los criminales siguen actuando en Las Vegas sabiendo que Grissom siempre los va a descubrir. Con esa eficacia, Las Vegas debería ser la ciudad con el índice de criminalidad más bajo del mundo, exactamente, cero.
Yo hubiese preferido que llamasen al Sean Connery de "El nombre de la rosa", ese policía del medievo, experto en hacer fintas con la cintura a los inquisidores de hoguera fácil y que leía los libros con gafas de culo de botella.
Las últimas noticias apuntan a que la oficina de prensa de la Catedral se ha puesto en contacto con Tom Hanks y Amelie para ver si saben algo, pero estos, a su vez, han llamado a Deán Brown y está apagado o fuera de cobertura.
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