Hay que tener mucho cuidado con las vacaciones: son traicioneras. Uno se descuida y, sin previo aviso, acaba relajado y sacando fotos de sus pies en la playa. Un amigo mío se fue de viaje y una noche, completamente borracho, subió al hotel, se equivocó de habitación y se metió en la cama con una mujer que resultó ser su novia, la cual estaba acompañada. Esas son las verdaderas vacaciones, las que se tuercen y se incorporan a la historia oral de tu vida. A quien le resulte imposible conseguir unas vacaciones así, es preferible que las disfrute, con disimulo, durante su jornada laboral. Mucha gente lo hace y la economía sigue siendo competitiva.
Los protagonistas de 'Escondidos en Brujas', dos asesinos a sueldo, sufren uno de estos retiros vacacionales de triple salto mortal. Escapan de Inglaterra debido a un trabajo fallido y se ocultan en Brujas durante dos semanas esperando que se enfríe el asunto. Viven como turistas. Uno de ellos, Brendan Gleeson, está encantado. Aprovecha para visitar iglesias con reliquias sagradas o ver pinturas flamencas mientras pasea entre canales, fachadas medievales y tañidos de campana en la distancia. Por el contrario, su compañero, un sorprendente Colin Farrell, procura no utilizar el cerebro, le basta con mantenerlo dentro del cráneo. Está harto de todo ese rollo «cultural».«Odio la historia. Solo son cosas que ya han ocurrido», dice. Como si las cosas que ya han pasado no volviesen para darnos collejas una y otra vez. En este sentido, el final de la película, donde vuelve a suceder lo mismo que al inicio, aporta una lección obvia: la historia siempre se repite.
Los criminales que escribe y dirige Martin McDonagh poseen un parentesco innegable con el cine de los hermanos Coen: matones pardillos, traficantes de armas que te reciben en bata y tienen obsesiones léxicas con palabras como «recoveco», situaciones que se desmadran, y un humor negro explosivo que Brendan Gleeson y Colin Farrell pastorean con una cintura para la comedia imprevista y asombrosa. McDonagh incluso utiliza al compositor habitual de los Coen, Carter Burwell, para las notas de piano, tristes y mínimas, que acompañan a este relato sobre dos sicarios que llevan la culpa y la redención encerrada en la cabeza, de manera que cuando la realidad se pone a contrapelo y la película viaja hacia un juicio final inevitable, ambos conjugan el verbo morir sin dificultad, aunque sea por terminar bien las vacaciones.
(Publicado en La Voz de Galicia)
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