'The Trip to Italy' posee la alegría de un jersey puesto al revés. Utiliza, por tanto, la complicidad como abrevadero. La película es una secuela de 'The Trip', ambas dirigidas por Michael Winterbottom, y repite el mismo planteamiento: Steve Coogan y Rob Brydon, dos comediantes interpretándose a sí mismos, viajan por Italia con la excusa de elaborar varios artículos culinarios para 'The Observer', que corre con los gastos. Comen en restaurantes exquisitos, se alojan en pequeños hoteles exclusivos y conducen un Mini Cooper con el que recorren el Piamonte, San Fruttuoso o la costa Amalfitana. Navegan en velero hasta el Golfo de los Poetas, donde nadaba Byron, se acercan a Pompeya para ver las personas agonizantes esculpidas por el Vesubio, convertidas en estatuas de ceniza solidificada.
Paisajes asombrosos, bustos sin nariz, atardeceres de la antigüedad, copas de vino a la caída de la tarde con banda sonora de golondrinas, todo parece tan eterno que enseguida comprendes que lo único fugaz eres tú. Y aquí viene lo mejor: Winterbottom no se pone estupendo. Su paseo por Italia se sacude la trascendencia como un perro al salir del agua y apuesta por el humor como si ese célebre aforismo de «que la vida iba en serio lo descubres más tarde» fuese material de desguace. Hace caso a Billy Wilder, al que disgustaba que no lo tomasen en serio, pero aún más que lo tomasen demasiado en serio, y mete a sus dos protagonistas en un coche minúsculo en el que suena un disco de Alanis Morissette de 1995.
Steve Coogan y Rob Brydon se manejan por la vida como si fuese una comedia y consiguen lo más difícil: la gracia de la ligereza, el arte de provocar que lo que estamos viendo parezca una ocurrencia repentina, una improvisación. Sus combates por ver quién imita mejor a Pacino, Michael Caine, Hugh Grant o Gore Vidal eclipsan cualquier degustación y ponen de manifiesto su forma de entender la realidad como una sucesión de carcajadas. Winterbottom explica el vivir picoteando entre la poesía, la pintura, la literatura, la risa o las películas, que al fin y al cabo son adoquines de la vida, y convierte la ruta gastronómica en una ruta subterránea por la historia del cine, donde nos dice que las películas y los viajes son como los paréntesis al escribir, sirven para poner perspectiva, añadir contexto, pero inevitablemente se cierran.
(Publicado en La Voz de Galicia)
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