Darryl Zanuck, el mandamás de la Fox, descubre a Robert Evans en un bar de copas y le ofrece el papel de torero en el rodaje que está preparando en México. A los dos meses Zanuck recibe el siguiente telegrama: «Con Robert Evans interpretando a Pedro Romero, ‘Fiesta’ será un desastre». Lo firman Tyrone Power, Ava Gardner, Eddie Albert y Ernest Hemingway. El autor de la novela está furioso porque han cogido a un tipo en club nocturno para interpretar a su matador. Errol Flynn ni siquiera se molesta en firmar el mensaje, se limita a reír. Imagina que el joven actor será despedido a la semana siguiente. Zanuck y su puro de potentado se presentan en el rodaje. Coge un megáfono y dice: «El chico rodará la película y si a alguien no le gusta puede largarse». Y se va.
Robert Evans aprendió mucho aquel día. Se percató de que no deseaba ser un actor mediocre. Quería ser el tipo del megáfono y no tardó demasiado: con 36 años se convirtió en el jefe de la Paramount. En su primera producción, titulada ‘La semilla del diablo’, contrató a un polaco excéntrico llamado Roman Polanski. Le siguieron ‘Love Story’, ‘Valor de ley’ y ‘El padrino’. Más tarde, descontento con su salario, se convirtió en productor independiente. La primera muestra de esta nueva etapa fue ‘Chinatown’. Evans reúne un equipo de talentos de tal magnitud que uno se imagina la preproducción como si fuese el inicio de ‘Los siete magníficos’. El excelente guión de Robert Towne, la precisa dirección de Polanski, la partitura de Jerry Goldsmith, la elegante ambientación, ese estupendo tono ocre de la fotografía y un reparto de lujo elevan la película a un nivel estratosférico.
‘Chinatown’ es una sensación. No sabría decir si es cine negro, un homenaje tardío a este género o simplemente la historia de un detective con la capacidad de réplica del Marlowe de Raymond Chandler. Los dos protagonistas poseen la química de una central nuclear: cuando Jack Nicholson y Faye Dunaway se miran hay que enfriar el reactor. Ambos tienen un pasado que es el agua hirviendo del presente, y la fatalidad propia del genero no tardará en abalanzarse sobre ellos. La historia es enrevesada y confusa. Al igual que en las grandes novelas negras importa más el clima que los flecos narrativos. En los recuentos de cadáveres de estos relatos nunca me salen las cuentas redondas. Pero qué más da. Cuando la mentira es buena solo los tontos discuten de lógica.
(Publicado en La Voz de Galicia)
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