06 noviembre, 2011

It´s the end of the world as we know it



 Esta canción de R.E.M. sirve para ilustrar lo que algunos analistas ojeadores de futuro afirman atisbar: que el fin del mundo no se encuentra sólo en aquella pesadilla acartonada de una tercera guerra mundial o en el cambio climático, ninguneado desde que los problemas del mundo se han escorado hacia la economía y pensar en el ecologismo se ha convertido en un lujo. En la última semana han surgido voces que ven indicios, pequeños síntomas o indicadores no del fin del mundo sino de un cambio de época, quizá del mundo tal como lo conocemos.
Hay demasiados vientos de cambio en muchos terrenos. La economía, la política, la educación, la cultura, la religión, los antiguos países pobres, ahora llamados emergentes, están aporreando las puertas diciéndonos que el futuro les pertenece. Algunos, incluso hablan de una carrera armamentística de países conflictivos (sobre todo asiáticos) que, en el futuro querrían formar parte del juego global aunque sea a la fuerza. Según dicen, puede que estemos ante una de esas épocas de la historia donde caen unos imperios y surgen otros.

 En todo esto, que parece preocupante, sólo hay una cosa cierta: nadie sabe nada. Los que hoy afirman todo lo anterior, mañana pueden decirnos lo contrario. Esos analistas que siempre tienen respuesta para todo, ahora reconocen de forma unánime su desconcierto ante todo el tinglado económico y social. Todos afirman que es una época emocionante (para los que viven de las noticias, claro). Admiten que no se enteran de nada pero siguen acudiendo a las tertulias, soltando su visión particular y cobrando el cheque.            
La población, se enteró de la primera guerra mundial por la prensa, de la segunda por la radio. Ahora vivimos en el mundo de la información instantánea, puede que poco precisa (lo que hoy nos dicen se contradice mañana) pero instantánea que, al parecer, es lo emocionante. La veracidad se sacrifica en aras de la velocidad y todos se ponen de acuerdo para confundir el ritmo con la prisa. La información, la desinformación conveniente, la exageración y la repetición, nos aplasta de tal manera que parece una tenaza que nos impide hacer eso tan viejo de... pensar. De mirar hacia un lado para comprobar que el sentido común sigue viajando a nuestro lado. Puede que tengamos más datos que nunca pero tenemos las certezas de siempre. Ninguna.

 Yo, por mi parte, intento no preocuparme demasiado. Posiblemente, nos asemejamos a una suerte de Forrest Gump que va pasando por la historia sin ser consciente de que está cambiando abruptamente, de la misma forma que solemos tomar las decisiones más importantes de nuestra vida sin ser conscientes de su trascendencia.
Nadie puede predecir cómo será el mundo de aquí a 20 años ni qué será de esa entelequia denominada estado del bienestar (para unos pocos). Lo que sí se atisba es que lo que se haga ahora será lo que determine el futuro. Y eso es lo que da verdadero miedo, una vez comprobado que una pandilla de necios y mentecatos adictos a las reuniones inútiles son los que gobiernan el mundo. Seguramente deberían utilizar en las reuniones del G20 a matemáticos especializados en la teoría del caos (quizá provocado).      

 Estamos a 15 días de unas elecciones generales y nadie, ni el más optimista, se cree que estemos ante el principio de algo sino ante más de lo mismo. Todos los políticos se enjuagan la boca con las palabras ciudadanía, sociedad, legitimidad y demás chascarrillos mientras eso que llaman sociedad es cada vez más consciente de que somos usuarios padecedores de democracias deterioradas donde el verdadero partido se juega en Europa y además no tenemos entradas.
Cuando comenzaron los problemas, la política, en lugar de ponerse de lado de la sociedad en contra de los mercados, se convirtió en su cómplice. Asentaron de forma espectacular la idea de que la economía y los bancos deben de ser rescatados, pero los ciudadanos en general deben pagar el precio de la locura y la codicia de otros. Nos vendieron esta doctrina diciéndonos que no había ninguna otra alternativa, que los rescates y los recortes del gasto eran necesarios para satisfacer el ansia de los mercados financieros, un dragón eternamente hambriento. También nos dijeron que la austeridad, en realidad crearía empleo.

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 Ha pasado el tiempo, los recortes, la reforma laboral, las estupideces de unos y otros y la creación de empleo ha sido exactamente cero. El ejemplo más triste de todo esto es Grecia, después de sus terapias de choque, recortes drásticos y rescates varios, la mejoría ha sido notable. Ningún gobierno quiere oír que hay que invertir y gastar dinero público para crear empleo, han preferido moldear una época donde la palabra austeridad se convierte en una tendencia imparable y en la cual el gasto de los gobiernos y los programas sociales se recortan drásticamente. Como este método ha demostrado ser altamente efectivo, los políticos que vienen ahora nos prometen más de lo mismo. Cuando se comprueba que una receta funciona, para qué cambiar. La economía se ha convertido en una piedra que tropieza dos veces con el mismo hombre.

 La distancia que separa la política de los problemas de la sociedad es descomunal, la gente siente que la política le ha vuelto la espalda. Antes podían odiar determinados nombres propios, ahora odian a la política en general. Todos tienen la sensación de que los habitantes, la gente de a pie, son vistos como un estorbo por los políticos y sus asesores, esos expertos en pleitesía. No hay más que ver lo ocurrido con Papandreu esta semana. Al amigo Yorgos se le ocurrió una idea genial que dejó literalmente pasmados a todos los líderes y escamoteadores de la unión europea: consultar a la gente, preguntarle algo a la ciudadanía o, más vulgarmente, al marulamen. Santo Dios. No se ha percatado de que lo de democracia era una forma de hablar, como cuando dices que Kiko Rivera te cae bien.

 Lo cierto es que la economía necesita de forma desesperada una solución a corto plazo que nadie está dispuesto a asumir y mucho menos los embaucadores de tres al cuarto que dirigen el cotarro. En palabras de Paul Krugman "cuando uno sangra profusamente por una herida, quiere un médico que le vende esa herida, no un doctor que le dé lecciones sobre la importancia de mantener un estilo de vida saludable a medida que uno se hace mayor". Mientras tanto, ahí seguimos, desangrándonos.
Es maravilloso ver a los economistas intentando explicar el estado actual de las cosas. Unos economistas que en el mejor de los casos no supieron ver lo que se avecinaba y en el peor de los casos se callaron para no ser aguafiestas o, incluso, sacaron partido del descalabro. Ahora dan lecciones.

 Que nadie se inquiete por el fin del mundo, a estas alturas, la credibilidad de analistas, economistas y políticos es inexistente. Es posible que el mundo se acabe de repente y nos pille mirando el twitter, leyendo el Marca o viendo alguna serie de zombis.

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