03 junio, 2017

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 'Mirror on the wall', Tokyo, 1951 | Werner Bischof (1916- 1954).

20 mayo, 2017

Fat City

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 'Fat City' ofrece otra de las prospecciones habituales de John Huston en el mundo de los fracasados sin remedio. Los protagonistas son dos boxeadores: un veterano, alcohólico y acabado (Stacy Keach), con reputación de haber vivido alguna migaja de gloria en el pasado, y su joven acompañante (Jeff Bridges), tan bisoño que es incapaz de reconocer el reflejo de su propio futuro en el rostro de su amigo.

 Desde las primeras imágenes, acunadas por la música de Kris Kristofferson, la historia transmite esa tristeza que contagian los armarios vacíos con una sola percha, aunque Huston, astuto, logra evitar el tono deprimente al atrapar a esos personajes que pasean su desolación por las calles y los bares de Stockton, una ciudad que parece vivir una Gran Depresión perpetua, con solares derruidos, temporeros que recuerdan a los de 'Las uvas de la ira' y un gremio que mantiene intacta su vigencia: la gente sin rumbo.

 John Huston siempre ha sido un superdotado a la hora de rodar personajes que se quedan a vivir en la memoria del espectador. Existen muchos ejemplos en su filmografía aunque pocos, ninguno en realidad, tan inolvidable y esencial como Arcadio Lucero. Su autobús aparca en la dársena de la estación de Stockton. Nadie acude a recibirlo. Lleva traje, sombrero y maleta de emigrante. Es un viejo. Nadie diría que lo han contratado para boxear con Stacy Keach. En la siguiente imagen aparece tumbado en la cama de su pensión, mirando al techo. Se aproxima la hora del combate y va al cuarto de baño. Orina sangre. Los riñones. Quizá está roto por dentro. Poco importa el resultado de la pelea, o que los tres asaltos sean un vía crucis agónico y desesperado, ambos púgiles libran una lucha existencial perdida de antemano. Cuando termina, los dos se abrazan y el cine retrata un intangible: la piedad. Ahora la cámara se sitúa en los aledaños del polideportivo: un pasillo oscuro con una hilera de luces en el techo. Vemos a varios personajes celebrando la victoria que se marchan del recinto y el encuadre queda vacío durante unos segundos. Huston no corta, sigue esperando. Entonces aparece la silueta de Arcadio caminando hacia la cámara. Las luces del techo empiezan a apagarse detrás de él hasta que la oscuridad termina por alcanzarlo, gira a la derecha y desaparece. 'Fat City' presta diez minutos de su metraje a Arcadio Lucero y su presencia golpea la película con la fuerza de una placa tectónica. Pocas veces se ha mostrado con tal precisión la soledad y el desarraigo que algunos hombres derrotados acumulan.

29 abril, 2017

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 Bangladesh, 2000 | Ian Berry.

24 abril, 2017

S.O.B.

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 No hay duda de que en Hollywood la integridad suele ser un animal desesperado, incluso mitológico. Cada vez que la integridad aparece en semejante geografía el fenómeno cobra visos de avistamiento marciano y se impregna inevitablemente de cinismo y desencanto, algo que el cine se ha encargado de mostrarnos en 'El crepúsculo de los dioses' o en 'S.O.B.', una película poco frecuentada y escondida en la filmografía de Blake Edwards. Las siglas S.O.B. aluden a una expresión que goza de gran popularidad en la industria cinematográfica: «Standard Operational Bullshit», que en una traducción precaria viene a ser algo parecido a «cualquier mierda que uno se inventa para justificar lo que sea».

 Félix Farmer es un productor de éxito que pierde la cordura cuando la película más cara de su carrera se convierte en un fiasco. De repente, sufre una epifanía taquillera que consiste en volver a rodarlo todo transformando la trama en una bazofia semierótica donde su mujer (Julie Andrews), acostumbrada a papeles de perfil mojigato estilo Doris Day, sirve de reclamo.

 Seguro que conocen esa famosa sentencia que Groucho Marx soltaba al descuido cada vez que se refería a Doris Day: «La conozco desde antes de que fuera virgen». Durante algún tiempo, Julie Andrews sufrió un momento Disney similar, es decir, vivía atrapada en un fotograma de 'Mary Poppins' o, peor aún, en uno de 'Sonrisas y lágrimas', hasta que su marido, Blake Edwards, intentó quitarle esa etiqueta de favorita de las familias norteamericanas con alguna escena atrevida en 'Darling Lili'. Resulta obvio que el argumento de 'S.O.B.' posee una gran carga autobiográfica. Edwards hace acopio de todos los agravios sufridos en su trayectoria y dirige una sátira disparatada con un jefe del estudio aficionado al travestismo, productores aficionados a amputar películas, periodistas de cotilleos al borde de la demencia y una pléyade de representantes, abogados, asistentes y apoderados de todo pelaje a los que el guión va desquiciando los diálogos hasta extremos tan hilarantes que el espectador encuentra un remate sulfúrico en la esquina de cada frase. La escena de la fiesta, repleta de situaciones descabelladas, prostitución infinita y un sarcasmo tan corrosivo como el de Billy Wilder, es el mejor ejemplo. Cuando dos policías llaman al timbre, William Holden, director venido a menos, les da la bienvenida: «Qué mejor que un uniforme para mantener el orden en una orgía». «¿Está bromeando?», pregunta el agente. «Sobornar, tal vez, pero bromear, jamás», apostilla. Y los policías entran y se adaptan con total naturalidad a la desmesura.

10 abril, 2017

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                           —Fragmento de 'Pesadilla en Rosa'. John D. MacDonald [Libros del Asteroide]—

26 marzo, 2017

Hatari!

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 En ocasiones avergüenza escuchar a mentes elevadas afirmando que el humor es poco profundo, es decir, que no define prestigios. Quizá esta bobada solemne explique por qué Howard Hawks nunca obtuvo un Oscar, salvo uno honorífico cuando ya vivía en tiempo de pedrea. El entretenimiento, el humor y la ironía son objetivos fundamentales en su cine, asuntos que Hawks maneja con una finura tan irresistible que transforma en cómplice al espectador sin apenas esfuerzo. Muchos de sus colaboradores aseguran que intentaba mantener ese clima de diversión en el propio rodaje y fuera de él.

 Un fin de semana, durante la filmación de 'Río Bravo', John Wayne, Hawks y unos pocos miembros del equipo se desplazan a Nogales para visitar a Budd Boetticher, que está rodando un documental sobre su gran afición: los toros. Boetticher desea rodar unos planos de Wayne en el ruedo con el matador Carlos Arruza que funcionarían de maravilla como gancho publicitario. Cuando Wayne sale y se quita el sombrero para saludar a la multitud, Boetticher exclama con asombro: «¡Está más calvo que Eisenhower!». Había olvidado llevar su peluquín. Wayne dejó caer que Liberty Valance podría no ser la única víctima famosa en su palmarés si a alguien se le ocurría inmortalizarlo así, desprovisto de su épica. Esta situación, el hombre metido en un aprieto involuntario que propicia unas carcajadas, es uno de los temas predilectos de Hawks, junto con la amistad, la camaradería o la fidelidad a un grupo.

 'Hatari!' descansa entre los grandes títulos del cine de aventuras, aunque esto es solo un disfraz; en realidad se trata de una comedia que balancea maravillosamente los momentos de tensión, con un grupo de profesionales persiguiendo animales por la llanura africana, y los momentos de relajación, con un leopardo domesticado paseando entre los humanos o una chica tocando el piano con un cigarrillo apoyado en el borde de la tapa, consumiéndose. Esta chica, Elsa Martinelli, representa esa franquicia de mujeres hawksianas elegantes, decididas, que no saben existir más que en la aventura. Su desparpajo es pura alegría. Seducir a John Wayne es una cosa, pero ejercer de madre de tres retoños de elefante, con esa naturalidad y esa relajación, la convierte en una superdotada a la hora de hacer picadillo el método Stanislavski. Con Elsa Martinelli llamando a la puerta, John Wayne hubiese rendido El Álamo. No hay más que ver esa escena en la que ella toma la iniciativa y le pregunta cómo le gusta que lo besen. La cara de susto de Wayne indica que está pensando, probablemente, en el presidente Eisenhower.

19 marzo, 2017

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 Coffee on the Beach, Town of Ostende, Belgium, 1988 | Harry Gruyaert.